“El movimiento indígena es quizás
uno de los elementos más transformadores de esta densa realidad latinoamericana
contemporánea, ha dejado de ser un movimiento de resistencia para desarrollar
una estrategia ofensiva de lucha por el gobierno y el poder.”
Por Mónica Bruckmann (Socióloga y doctor en
Ciencia Política de Perú)
La crisis mundial contemporánea no sólo se
manifiesta en su dimensión económica y principalmente financiera, sino que
representa también una profunda crisis civilizatoria del capitalismo mundial
como modo de organización de la sociedad y como forma de producir conocimiento,
al mismo tiempo que cuestiona fuertemente el sistema de poder en el planeta.
Asistimos a la decadencia de un sistema hegemónico unipolar que necesita cada
vez más de la intervención militar brutal para validar su condición de
dominación, convirtiendo la civilización occidental en una fábrica de barbarie
y de políticas de irrespeto a los principios fundamentales de convivencia de la
humanidad.
EL MOVIMIENTO INDÍGENA LATINOAMERICANO
El movimiento indígena es quizás uno de los
elementos más transformadores de esta densa realidad latinoamericana
contemporánea. Éste se construye como un movimiento social de dimensión
regional con un profundo contenido universal y una visión global de los
procesos sociales y políticos mundiales.
Al mismo tiempo, ha dejado de ser un
movimiento de resistencia para desarrollar una estrategia ofensiva de lucha por
el gobierno y el poder, especialmente en la región andina de América del Sur. A
partir de una profunda crítica y ruptura respecto a la visión eurocéntrica, a
su racionalidad, a su modelo de modernidad y desarrollo inserto en la
estructura de poder colonial, el movimiento indígena latinoamericano se plantea
como un movimiento civilizatorio, capaz de recuperar el legado histórico de las
civilizaciones originarias para re-elaborar, no una, sino varias identidades
latinoamericanas; no una forma de producir conocimiento, sino todas las formas
de conocimiento y producción de conocimiento que han convivido y resistido a
más de quinientos años de dominación.
El elemento indígena se va convirtiendo en el
centro del discurso y de la construcción de una visión del mundo, de un sujeto
político y de un proyecto colectivo y emancipatorio. En las líneas que siguen,
analizaremos este proceso.
EL MOVIMIENTO INDÍGENA COMO UNIDAD GEOGRÁFICA
E HISTÓRICA
El movimiento indígena latinoamericano ha
dejado de ser un conjunto de movimientos locales para convertirse en un
movimiento articulado y articulador que se construye en los espacios
geográficos de donde se desarrollaron las civilizaciones originarias.
En el caso América del Sur, el movimiento
indígena se construye en el espacio geográfico donde se desarrolló la
civilización inca y las varias civilizaciones que la precedieron, ocupando los
territorios de Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia, Chile y Argentina. Quinientos
años de colonización no fueron suficientes para desarticular una unidad
histórica y civilizatoria, como fue el “Tawantinsuyo” de los incas, y su
profundo arraigo en un espacio geográfico específico: Los Andes.
Los Estados nacionales conformados a partir
del siglo XIX con las guerras independentistas no sustituyeron las profundas
raíces históricas de los pueblos indígenas, que se reconocen quechuas, aymaras
o mapuches, antes que bolivianos, peruanos o ecuatorianos.
La reconstrucción de los Andes como unidad
geográfica y las civilizaciones pre-Incas e Inca, como unidad histórica, ha
profundizado el proceso de integración del movimiento indígena sudamericano,
que en julio de 2006, en la ciudad de Cuzco, funda la Coordinadora Andina de
Organizaciones Indígenas – CAOI – con la participación de los pueblos Quechuas,
ichwas, Aymars, Mapuches, Cymbis, Saraguros, Gumbinos, Koris, Lafquenches,
Urus, entre otros tantos pueblos indígenas originarios de la región Andina. En
el acta fundacional, firmada por más de once organizaciones representativas, se
establece una amplia plataforma de lucha para el movimiento indígena de todo el
continente que incluye entre sus principales banderas la construcción de los
Estados
Plurinacionales; la defensa de los recursos
naturales y energéticos, el agua y la tierra; los derechos colectivos de las
comunidades indígenas y la autodeterminación de los pueblos como principio
fundamental.
Se trata de un plan de acción que incluye
principios fundamentales de convivencia humana y de profundo respeto a las
diferentes culturas, pueblos y nacionalidades.
Se han creado, en los últimos años, múltiples y diversos espacios de coordinación y articulación del movimiento indígena en la región, diversos foros de intercambio y movilización, al mismo tiempo que se han diversificado las organizaciones y redes indígenas y de los pueblos originarios.
Esto ha generado una intensa dinámica y una
creciente capacidad de movilización en los niveles locales, regionales y
continentales, con una clara vocación de articulación planetaria.
Durante el último Foro Social Mundial de
Belén, en enero de 2009, las organizaciones y
redes indígenas ahí reunidas emitieron una declaración llamando a la más
amplia unida para articular alternativas a la “crisis de civilización
occidental capitalista”. Entre los principales ejes movilizadores de este
llamado están:
– La tierra como fuente de vida y el agua
como derecho humano fundamental;
– Descolonialidad del poder y el autogobierno
comunitario;
– Los Estados Plurinacionales;
– La autodeterminación de los pueblos;
– La unidad, equidad y complementariedad de
género;
– El respeto a las diversas espiritualidades
desde lo cotidiano y diverso;
– Liberación de toda dominación o
discriminación racista, etnicista o sexista;
– Las decisiones colectivas sobre la
producción, mercados y la economía;
– La descolonialidad de las ciencias y
tecnologías;
– Por una nueva ética social alternativa a la
del mercado.
La Coordinadora Andina de Organizaciones
Indígenas se ha convertido en un espacio dinámico de articulación política y
social, que se proyecta hacia las organizaciones indígenas de la Cuenca
Amazónica y de Centro y Norte América, ampliando el espectro de unificación,
articulación e integración del movimiento indígena en todo el continente.
EL ESTADO PLURINACIONAL COMO PROYECTO
POLÍTICO
La plurinacionalidad, planteada como bandera
política por el movimiento indígena de los años 90, ha sido asumida por las
fuerzas progresistas de países como Bolivia y Ecuador, lo que ha permitido un
amplio movimiento político y social capaz de aprobar en plebiscitos nacionales,
o a través de asambleas constituyentes, esta nueva forma política e
institucional de Estado.
El Estado Plurinacional se plantea como
proyecto político que cuestiona profundamente la visión homogenizadora del
Estado-nación y con ello, la tradición política occidental en América Latina.
Este nuevo modelo de Estado es profundamente
incluyente. Basado en el principio de “unidad en la diversidad”, reconoce la
existencia de múltiples nacionalidades, culturas, lenguas, religiones, y formas
de espiritualidad. Incorpora las formas comunales de organización y autoridad
en la propia institucionalidad del Estado, constituyendo una experiencia
política absolutamente nueva en la región.
La constitución boliviana, recientemente
aprobada por plebiscito nacional, establece en su primer artículo:
“Bolivia se constituye en un Estado Unitario
Social de Derecho Plurinacional Comunitario, libre, independiente, soberano,
democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías. Bolivia se funda
en la pluralidad y el pluralismo político, económico, jurídico, cultural y
lingüístico, dentro del proceso integrador del país.”
Se trata de un proyecto que debe construir
aún su propia institucionalidad, pero que puede representar un modelo político
cualitativamente superior al Estado-nación que sustenta la unidad nacional en
la homogenización superficial y en la discriminación y exclusión cultural.
LA TIERRA QUE NOS ACOGE
La histórica lucha de los indígenas
latinoamericanos por la tierra no sólo tiene que ver con la recuperación de un
medio de producción fundamental que les fue violentamente expropiado desde los
primeros momentos de la colonización europea hace más de quinientos años.
La tierra tiene un sentido muy profundo en la
cosmovisión y en la forma misma de existencia de los pueblo indígenas: ella es
la “madre que nos acoge” o “Pachamama”, el espacio donde la vida se crea y se
re-crea.
En la visión indígena, el hombre debe “criar
a la madre tierra y dejarse criar por ella”. Esta relación profunda entre el
hombre y la tierra como fuente de vida se contrapuso radicalmente a la visión
del colonizador que veía la tierra como objeto de posesión y espacio de saqueo
y extracción de metales y piedras preciosas, objeto de depredación.
Estas visiones contrapuestas produjeron
enormes tensiones y sufrimientos en los pueblos indígenas de nuestro
continente, pues fue justamente la mano de obra indígena la que sustentó la
minería en las colonias, que permitió la acumulación de capital que sustentó la
hegemonía portuguesa y española en el sistema mundial.
El trabajo esclavo en las minas fue uno de
los principales mecanismo de exterminio de la poblaciones indígenas en nuestro
continente.
Después de varios siglos de resistencia, el
movimiento indígena contemporáneo recupera el sentido fecundo de su relación
con la tierra, exigiendo el respeto a ésta como fuente de vida. Se trata
entonces de preservar la tierra, el medio ambiente en que vivimos, el espacio
donde nuestros hijos nacen y crecen, donde la flora y fauna nativa debe ser
aprovechada por el hombre con un sentido de respeto y preservación.
Esta postura ecológica, que corresponde a una
visión milenaria del mundo, coloca al movimiento indígena latinoamericano en
una posición de vanguardia planetaria, que levanta banderas universales para la
sobre vivencia de la humanidad y del planeta, que exige que la extracción de
recursos naturales y energéticos se realice sin depredar la tierra y
favoreciendo principalmente a las poblaciones que viven en los territorios donde
estos recursos se encuentran.
De esta manera, la vida y el ser humano se
elevan a la condición de valores fundamentales para la organización de la
sociedad y de un nuevo modelo de desarrollo y proyecto colectivo de futuro,
sintetizado en el principio indígena del “buen vivir”.
DESCOLONIALIDAD DEL PODER: “MANDAR
OBEDECIENDO”
La organización comunitaria, el principio de
la reciprocidad y solidaridad social, son características de algunas sociedades
indígenas pre-coloniales, que han sido retomadas por el movimiento indígena
latinoamericano como prácticas cotidianas que afirman un legado civilizatorio y
una forma propia de ver el mundo.
Al mismo tiempo se crean nuevas formas de
autoridad colectiva y de autogobierno comunitario que rescata la comunidad como
fuente de todo y cualquier poder y el poder del individuo sometido a la
comunidad. Un ejemplo de estas nuevas formas de autoridad y ejercicio del poder
han sido dadas por el Movimiento Zapatista en México, con el principio de
“mandar obedeciendo”, que refleja claramente estas dos dimensiones de la
autoridad.
Estamos pues frente a enormes desafíos. Tal
vez una de las principales tareas emancipadoras consiste en liberarnos del
eurocentrismo como visión del mundo y como estructura de producción de
conocimiento.
Se hace necesario re-elaborar nuestra
historia y recuperar nuestra memoria colectiva y legado civilizatorio para
construir nuestros propios modelos de desarrollo y proyector de futuro.
El movimiento indígena nos ofrece enormes
potencialidades y, por la profundidad de su propuesta y de su praxis, abre un
nuevo horizonte histórico en América Latina y en el mundo.
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Fuente: El Ciudadano
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