El 18 de enero de 1817 el Ejército de los Andes, liderado
por el general José de San Martín, inició el cruce de la cordillera de los
andes, con un precario aprovisionamiento, vestidos y pertrechados gracias a
donaciones.
Escribe: Felipe Pigna*
Para los que tuvimos la suerte de conocer
nuestra hermosa provincia de Mendoza y acercarnos al pie de una de las
cordilleras más altas del mundo, la frase “San
Martín cruzó los Andes” dejó de ser un versito escolar. Enternece y conmueve pensar en aquellos
hombres mal vestidos, mal montados, mal alimentados, pero con todo lo demás muy
bien provisto como para encarar semejante hazaña. Y detrás y delante de
ellos, un hombre que no dormía pensando en complicarle la vida al enemigo y
hacer justicia con la memoria de los que lo habían intentado antes que él.
No lo ganaba la
soberbia. Podía confesarles a sus mejores amigos: “lo que no me deja dormir no es la oposición que puedan hacerme los
enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes”.
Había que pensar en
todo, en la forma de conservar la comida fresca, sana, proteica y calórica.
Entre los aportes del pueblo cuyano, no faltó la sabiduría gastronómica
expresada en una preparación llamada “charquicán”,
un alimento hecho a base de carne secada al sol, tostada y molida, y
condimentada con grasa y ají picante. Bien pisado, el charquicán se
transportaba en mochilas que alcanzaban para ocho días. Se preparaba
agregándole agua caliente y harina de maíz.
Ante la falta de
cantimploras, utilizó los cuernos vacunos para fabricar “chifles”, que resultaron indispensables para la supervivencia en
el cruce de la cordillera.
Pocos meses antes de
iniciar una de las epopeyas más heroicas que recuerde la historia militar de la
humanidad, San Martín impone a sus soldados y oficiales del Código de Honor del
Ejército de los Andes, que entre cosas sentenciaba: “La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni
le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a
los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene. La tropa debe ser tanto más
virtuosa y honesta, cuanto es creada para conservar el orden, afianzar el poder
de las leyes y dar fuerza al gobierno para ejecutarlas y hacerse respetar de
los malvados que serían más insolentes con el mal ejemplo de los militares. Las
penas aquí establecidas y las que se dictasen según la ley serán aplicadas
irremisiblemente: sea honrado el que no quiera sufrirlas: la Patria no es
abrigadora de crímenes.” 1
A pesar de las enormes
dificultades, aquel ejército popular pudo partir hacia Chile a mediados de
enero de 1817. Allí iban el pobrerío armado y los esclavos liberados, todos con
la misma ilusión.
Antes de iniciar su
campaña libertadora San Martín dejaba bien en claro con quienes contaba y con
quienes no:
“Dos mil Mapuches ayudaron con caballería, ganado y baqueanos al General
San Martín en el cruce de Los Andes. El Parlamento al que citó a los caciques
tenía el objetivo además de pedirles permiso para atravesar sus territorios”.
“Los ricos y los terratenientes se niegan a luchar, no quieren mandar a sus hijos a la batalla, me dicen que enviarán tres sirvientes por cada hijo solo para no tener que pagar las multas, dicen que a ellos no les importa seguir siendo una colonia. Sus hijos quedan en sus casas gordos y cómodos, un día se sabrá que esta patria fue liberada por los pobres y los hijos de los pobres, nuestros indios y los negros que ya no volverán a ser esclavos de nadie.” General José De San Martín. (Olazabal, Manuel de (1942) Memorias del coronel Manuel de Olazábal (Oficial del Ejército de Los Andes a las órdenes del General San Martín.): refutación al ostracismo de los Carreras. Episodios de la guerra de la independencia. Estab. Gráf. Argentino).
El médico de la
expedición fue James Paroissien, un
inglés de ideas liberales radicado en Buenos Aires desde 1803 y que había
acriollado su nombre, convirtiéndolo en Diego. Cuando estalló la Revolución,
Paroissien ofreció sus servicios al nuevo gobierno y fue designado cirujano en
el Ejército Auxiliar del Alto Perú. En 1812 se hizo ciudadano de las Provincias
Unidas y el Triunvirato le encargó la jefatura de la fábrica de pólvora de
Córdoba. Allí San Martín lo invitó a sumarse a sus planes y Paroissien fue el cirujano mayor del
Ejército de los Andes.
A poco de emprender la
marcha, San Martín daba cuenta de lo precario del aprovisionamiento de aquel
ejército: “Si no puedo reunir las mulas
que necesito me voy a pie… sólo los artículos que me faltan son los que me
hacen demorar este tiempo. Es menester hacer el último esfuerzo en Chile, pues
si ésta la perdemos todo se lo lleva el diablo. El tiempo me falta para todo,
el dinero ídem, la salud mala, pero así vamos tirando hasta la tremenda.” 2
San Martín había
ordenado que dos divisiones, una al mando del general Miguel Estanislao Soler y la otra dirigida por Bernardo O’Higgins, cruzaran por el paso de Los Patos. Una tercera,
bajo las órdenes de Juan Gregorio de Las
Heras, debía ir por el paso de Uspallata con la artillería. Otra división
ligera, al mando de Juan Manuel Cabot,
lo haría desde San Juan por el portezuelo de la Ramada, con el objetivo de
tomar la ciudad chilena de Coquimbo. Otra compañía ligera cruzaría desde La
Rioja por el paso de Vinchina para ocupar Copiapó. Finalmente, el capitán Ramón Freyre entraría por el Planchón
para apoyar a las guerrillas chilenas.
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En total eran 5.200 hombres. Llevaban 10.000 mulas, 1.600 caballos, 600 vacas, apenas 900 tiros de fusil y carabina; 2.000 balas de cañón, 2.000 de metralla y 600 granadas.
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En varios tramos del
cruce, San Martín debió ser trasladado
en camilla a causa de sus padecimientos. Su salud era bastante precaria.
Padecía de problemas pulmonares –producto de una herida sufrida en 1801 durante
una batalla en España–, reuma y úlcera estomacal. A pesar de sus “achaques”
siempre estaba dispuesto para la lucha y así se lo hacía saber a sus
compañeros: “Estoy bien convencido del
honor y patriotismo que adorna a todo oficial del Ejército de los Andes; y como
compañero me tomo la libertad de recordarles que de la íntima unión de nuestros
sentimientos pende la libertad de la América del Sur. A todos es conocido el
estado deplorable de mi salud, pero siempre estaré dispuesto a ayudar con mis
cortas luces y mi persona en cualquier situación en que me halle, a mi patria y
a mis compañeros.”
Los hombres del ejército
libertador tuvieron que soportar grandes cambios de clima. La sensación térmica
se agudiza con la altura. De día el sol es muy fuerte y se llega a temperaturas
de más de 30 grados; durante la noche, el viento helado, con mínimas de 10
grados bajo cero, puede llevar al congelamiento. Durante la travesía, la altura promedio fue de 3.000 metros, lo que
provocó en muchos hombres fuertes dolores de cabeza, vómitos, fatiga e
irritación pulmonar.
La orden era que todas
las divisiones se reunieran del otro lado de la cordillera entre los días 6 y 8
de febrero de 1817. Con una sincronización matemática, el 8 de febrero por la
tarde, en medio de festejos y gritos de “viva
la patria” los dos principales contingentes se reunieron del otro lado y
fueron liberadas las dos primeras ciudades chilenas: San Antonio y Santa Rosa. Se pudo establecer una zona liberada,
base de operaciones desde donde el ejército libertador lanzará el fulminante
ataque sobre Chacabuco, el 12 de febrero de 1817.
Sobre el campo de
batalla quedaron quinientos españoles muertos. Las fuerzas patriotas sólo
tuvieron doce bajas y veinte heridos. Fueron capturados seiscientos prisioneros
y centenares de fusiles pasaron a engrosar el parque del ejército libertador.
Cuando San Martín entró
en Santiago se enteró de que el gobernador español, Marcó del Pont, había logrado huir. De inmediato le ordenó a uno de
sus hombres de confianza, el fraile-capitán José Félix Aldao, que corriera a capturarlo. Era fundamental evitar
que Marcó se embarcara hacia Lima.
En la noche del 15 de
febrero, Aldao supo por sus informantes que el gobernador prófugo y su comitiva
se encontraban cerca de Concepción. Llegó hasta su refugio, lo capturó y lo
trasladó detenido hasta la comandancia del ejército libertador. De allí fue
enviado a Mendoza y luego a Luján, donde Marcó del Pont morirá el 11 de mayo de
1819.
En su correspondencia San Martín dejó un crudo testimonio del carácter
salvaje y genocida de la guerra que hacían los ejércitos españoles contra los
americanos. En una carta a lord Macduff, San Martín expresaba: “¡Qué sentimiento de dolor, mi querido amigo, debe despertar en vuestro
pecho el destino de estas bellas regiones! Parecería que los españoles
estuvieran empecinados en convertirlas en un desierto, tal es el carácter de la
guerra que hacen. Ni edades ni sexos escapan al patíbulo.” 3
Al conde de Castlereagh
le dice: “Es sabida la conducta que los
españoles han guardado con sus colonias: sabido es igual el género de guerra
que han adoptado para volverlas a subyugar. Al siglo de la ilustración, cultura
y filantropía, estaba reservado el ser testigo de los horrores cometidos por
los españoles en la apacible América. Horrores que la humanidad se estremece al
considerarlos, y que se emplea con los americanos que tenemos el gran crimen de
sostener los derechos de la voluntad general de sus habitantes: en retribución
de tal conducta los hijos de este suelo han empleado los medios opuestos.” 4
Con aquellos “medios opuestos” y “el gran crimen de sostener los derechos de
la voluntad general”, el Ejército de los Andes, engrosado por los patriotas
chilenos, pudo ocupar Santiago. Allí, el 18 de febrero de 1818 se convocó a un
Cabildo Abierto que designó a San Martín director supremo. El general argentino
rechazó el ofrecimiento y propuso al patriota chileno Bernardo de O’Higgins para ocupar el cargo.
O’Higgins aceptó y a
poco de asumir envió esta nota al gobierno de los Estados Unidos, al zar de
Rusia y a diversas cortes europeas: “Después
de haber sido restaurado el hermoso reino de Chile por las armas de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, bajo las órdenes del general San Martín,
y elevado como he sido por la voluntad de mi pueblo, a la Suprema Dirección del
estado, es mi deber anunciar al mundo un nuevo asilo, en estos países, a la
industria, a la amistad y a los ciudadanos de todas las naciones del globo. La
sabiduría y recursos de la Nación Argentina limítrofe, decidida por nuestra
emancipación, dan lugar a un porvenir próspero y feliz en estas regiones.”
El 19 de marzo de 1818 las fuerzas patriotas sufrieron su primera y única
derrota, la de Cancha Rayada. Pero el general Las
Heras logró salvar parte de las tropas y así pudo reorganizarse un ejército de
5.000 hombres. Los patriotas clamaban por la revancha que llegaría a los pocos
días, el 5 de abril, al derrotar definitivamente a las fuerzas enemigas en Maipú.
La victoria fue total y
América empezaba a respirar otro aire mientras los tiranos comenzaban a
asfixiarse, como lo demuestra este informe del virrey de Nueva Granada: 5 “La fatal derrota que en Maipú han sufrido
las tropas del Rey pone a toda la parte sur del continente en consternación y
peligro”.
El diario The Times de Londres, al informar sobre
la victoria de los criollos en Maipú, se preguntaba “¿Quién es capaz ahora de detener el impulso de la revolución en
América?”.
Como bien dice José Luis Busaniche, el triunfo de
Maipú entusiasmó a Simón Bolívar y
le dio nuevos ánimos para proseguir su campaña: “Bolívar está en un rincón del Orinoco donde la independencia es apenas
una esperanza. En agosto llegan algunos diarios ingleses que anuncian la
victoria de San Martín en Maipú. Y entonces concibe un proyecto semejante al
del paso de los Andes por el héroe del sur: el paso de los Andes venezolanos,
remontando el Orinoco, para caer sobre los españoles en Bogotá y seguir si le es
posible hasta el Perú, baluarte realista de América. Bolívar escribe al coronel
Justo Briceño: ‘Las gacetas inglesas contienen los detalles de la célebre
jornada del 5 de abril en las inmediaciones de Santiago. Los españoles,
invadidos poderosamente por el sur, deben necesariamente concentrarse y dejar
descubiertas las entradas y avenidas del reino en todas direcciones. Estimo,
pues, segura la expedición libertadora de la Nueva Granada. El día de América
ha llegado’.” 6
A pesar de semejante
gloria y las notables repercusiones, los protagonistas del triunfo seguían sus
vidas con la misma sencillez. Cuenta Mitre que después de Maipú, el general Antonio González Balcarce fue al Tedeum
con camisa prestada y concluye: “¡Grandes
tiempos aquellos en que los generales victoriosos no tenían ni camisa!”. 7
Pocos días después de
Maipú, San Martín volvió a cruzar la cordillera rumbo a Buenos Aires para
solicitar ayuda al Directorio para la última etapa de su campaña libertadora:
el ataque marítimo contra el bastión realista de Lima. Obtuvo la promesa de
500.000 pesos, de los que sólo llegarán efectivamente 300.000, ya que como
admitía el director supremo Pueyrredón: “Aquí
no se conoce que hay revolución ni guerra, y si no fuera por el medio millón
que estoy sacando para mandar a ese país, ni los godos se acordarían de
Fernando”. 8
Al regresar a Chile, San
Martín se enteró de que los triunfos de Las Heras en Curapaligüe y Gavilán no
habían logrado evitar que los españoles recibieran desde Lima 3.000 hombres de
refuerzo, desembarcados en el puerto de Talcahuano. La guerra contra los
realistas proseguiría en el sur de Chile por varios años.
Con la ayuda financiera
del gobierno chileno, San Martín armó una escuadra que quedará al mando del
marino escocés lord Thomas Cochrane.
Cuando se disponía a embarcar a sus tropas para iniciar la campaña al Perú, el
Libertador recibió la orden del Directorio de marchar con su ejército contra el
Litoral, para combatir a los federales de Santa Fe y Entre Ríos. San Martín se
negó a reprimir a sus compatriotas, desobedeció e inició la expedición contra
los españoles de Lima.
Referencias:
1 Arturo Capdevila, El pensamiento vivo de San
Martín, Buenos Aires, Losada, 1945.
2 Carta a Guido del 15 de diciembre de 1816.
3 Carta de San Martín a Lord Macduff, del 9 de
septiembre de 1817.
4 Carta de San Martín al conde de Castlereagh,
del 11 de abril de 1818.
5 El virreinato de Nueva Granada incluía las
actuales repúblicas de Colombia y Venezuela.
6 Busaniche, San Martín Vivo, Buenos Aires,
Eudeba, 1962
7 Bartolomé Mitre, Historia de San Martín,
Buenos Aires, Eudeba, 1971.
8 Carta de Pueyrredón a Guido fechada el 16 de
julio de 1818, en Carlos Guido y Spano, Vindicación histórica. Papeles del
brigadier general Guido, 1817-1820, Buenos Aires, Carlos Casavalle editor,
1882.
*Felipe Pigna es historiador, divulgador, profesor y escritor
argentino. Realiza trabajos en diversos formatos, y es considerado como el
divulgador con más difusión popular en la Argentina.
Fuente: Este artículo fue publicado originalmente en
www.elhistoriador.com.ar. Todos
los derechos le pertenecen a su autor. Lo compartimos en esta página con un fin
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