Se han hallado evidencias que indican que numerosos pueblos andinos precolombinos tenían por costumbre la veneración a la muerte y a rememorar a sus antepasados muertos en una fecha muy especial denominado “Aya Mark’ay Qilla”, tiempo en que los incas también, según las crónicas, veneraban a las momias de sus antiguos gobernantes.
Durante milenios, antes
de la llegada de los europeos, un sin número de pueblos se asentaron a lo largo
de la cadena montañosa denominada Cordillera
de los Andes, que se extiende desde el norte de Venezuela hasta Tierra del
Fuego. Dichos pueblos se establecieron a ambos lados de la cordillera, la
columna vertebral donde se originó y se desarrolló la denominada Cultura Andina.
En esta zona geográfica emergió una gran diversidad de culturas en torno a sus manifestaciones culturales y su religiosidad muy particular, en especial en lo referente a las prácticas mortuorias.
El culto a
la muerte fue una de las principales características en la que se diferenciaron
estos pueblos que se ubicaron en ambos vertientes de los andes. Los grupos
que se asentaron en el territorio amazónico, por ejemplo, adoraban a sus ancestros míticos, pero cremaban los cadáveres de sus
muertos o los sepultaban; de ese modo desaparecían toda evidencia de sus
difuntos. Mientras que los pueblos que se asentaron en la vertiente occidental
de la cordillera, en cuyas regiones se ubican actualmente los países de Ecuador,
Perú y Bolivia, los estudiosos han
identificado comunidades agrícolas andinas, cuya vida social y religiosa se
manifestaba en el culto a sus ancestros muertos, esta costumbre trazaba una
continuidad entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Otros
pueblos andinos, que se dedicaban también a la agricultura, que estaban
localizados en la periferia del Tawantinsuyu,
es decir, al norte de lo que ahora es Chile, al norte y centro oeste de lo que actualmente
es Argentina, también realizaban una serie de rituales fúnebres; por citar un
ejemplo: el pueblo denominado huarpes millcayac enterraba
a sus difuntos orientándolos hacia la cordillera y colocaban sus objetos
personales y comida junto a sus restos como una ofrenda. Y por otro lado, los pueblos cazadores y recolectores que se asentaron en
lo que hoy es el sur de Chile y Argentina que no lograron ser parte del Tawantinsuyu, acostumbraban guardar los
huesos de sus muertos y los llevaban con ellos en unas pequeñas bolsas y tenían
ciertos ritos, como el de no mencionar nunca más al muerto por su nombre.
(Delfín, págs. 61 y ss.).
El culto a la muerte fue una de las principales características en la que se diferenciaron los pueblos que se asentaron en la cordillera de los andes. | Foto: Momias de la cultura Nasca |
Como vemos,
según las investigaciones realizadas, el
culto a la muerte fue una constante cultural que se manifestó de distintas
maneras en todos los pueblos precolombinos mencionados que se asentaron en los
andes, es así como esta tradición de larga data llega a hasta el tiempo de
los incas, cuyo dominio se extendió desde el sur de lo que hoy es Colombia
hasta la mitad de lo que hoy es el territorio Chileno, teniendo como su centro,
su capital político y religioso, a la ciudad del Qosqo, actual Cusco,
considerado el ombligo del mundo para los Incas.
Una de las manifestaciones culturales que ellos practicaban era en torno a la
muerte: rendían culto a sus momias o mallquis, a sus huacas (lugares, seres u
objetos sagrados) que brindaban protección a sus ayllus (familia, linaje,
comunidad) que conformaban el Tawantinsuyu.
Hay que
entender que los incas no crearon
esta tradición, lo heredaron de otras etnias antecesoras a ellos, como los chimúes, que
se asentaron en la costa norte del actual Perú.
Para abordar
con más detalle todos estos rituales mortuorios que se practicaron en el Tawantinsuyu debemos recurrir necesariamente
a los testimonios de los cronistas que recogieron información valiosa en cuanto
a las prácticas funerarias de los pueblos andinos que cayeron bajo el dominio
de los españoles. Entre estos cronistas tenemos a Pedro de Cieza de León, quien en su obra La crónica del Perú (1553) relata que en la ciudad del Cusco existían grupos de personas de las cuatro
regiones del Tawantinsuyu (Collasuyu, Antisuyu, Condesuyu y Chinchasuyu),
es decir, Chachapoyas, huancas, collas, de Chile, de Pasto, de Cañares, etc.
Además estos grupos humanos portaban sus
prendas tradicionales que los identificaban con su procedencia, y cada uno de
estas etnias practicaba un ritual mortuorio muy particular. Cieza señala
que algunos de estos extranjeros enterraban a sus muertos en cerros, otros en
sus propias casas, y algunos los enterraban junto a sus cosas más preciadas y
con sus mujeres vivas. “Y los ingas no
les vedaban ninguna de estas cosas, con tanto hiciesen reverencia y adorasen al
sol”, menciona. (Cieza, Cap. XCIII, pág. 325). Cuando describe a la región
del Collao, actual altiplano peruano y boliviano, anota que lo más notable que vio en
esta región fue la sepultura de los muertos, afirma que se detenía a escribir y
admirar con cuanto cuidado adornaban las sepulturas donde debían ser
enterrados, como si toda su felicidad no consistiera en otra cosa. “Por las vegas y los llanos cerca de los
pueblos se hallaban las sepulturas de estos indios, hechas como torres pequeñas
(las chullpas) con cuatro esquinas, unas de piedra y tierra y otras de piedra
sola, algunas angostas y otras anchas, algunos cubiertos de losas grandes y
otros de paja” (Cieza, Cap. C, págs. 342-343, Cap. CI, pág. 344).
Las chulpas de Cutimbo, en la región Puno, Perú. Sepulturas como estos observó Cieza de León. | Foto: www.turismoi.pe |
Por otro
lado, el Inca Garcilaso de la Vega
en sus Comentarios Reales (1609) relata la manera como los Incas enterraban a sus gobernantes y el tiempo que duraba sus
exequias. Afirma que estas ceremonias que se hacían en honor a un inca
fallecido eran prolijas y solemnes. El
cuerpo era embalsamado, no se sabe cómo; quedaban como si estuvieran vivos,
señala. Cuando moría un inca o un curaca (cacique) de los principales, se
dejaban enterrar vivos sus mujeres más queridas y sus criados más favorecidos
diciendo que querían ir a servir a su señor en la otra vida, añade. Después de ser embalsamados, los cuerpos de
los reyes incas eran puestos delante de la figura del sol en el templo del
Cusco, donde se realizaban muchos sacrificios como a hombres divinos, que
decían ser hijos de ese Sol. Cada día del primer mes de la muerte del inca
le lloraban con gran sentimiento y muchos alaridos, todos de la ciudad, cada
barrio, salían a los campos; llevaban las insignias del inca (la mascapaicha y
el llautu), sus ropas de vestir, sus armas y sus banderas, las que dejaban de
enterrar para hacer las exequias. A grandes voces, en sus llantos recitaban sus
hazañas en la guerra y los beneficios que había realizado a las provincias que
pertenecía cada barrio. Después del primer mes, hacían lo mismo cada quince
días, durante todo el año. Al cumplirse un año se les recordaba con mayor
solemnidad y con los mismos llantos, para lo cual habían mujeres y hombres
señalados y con gran habilidad, quienes cantando en tonos tristes decían las
virtudes y las grandezas del Inca fallecido.
Los cuerpos de los gobernantes incas muertos eran momificados y se les rendía un culto especial en el mes de noviembre. | Foto: Representación de la momia del Inca Pachacútec, Museo Inkarri, Cusco. |
Garcilaso
indica también que todas estas prácticas lo hacia la gente común de la ciudad,
y lo mismo hacían los parientes reales de los incas, pero con muchas más
ventajas y mayor solemnidad (Cap. V, págs. 18-19).
Por su
parte, Felipe Guaman Poma de Ayala
en su obra, Nueva Coronica y buen gobierno (1610-1615), describe como eran los
ritos funerarios de los cuatro suyus, además describe como era el Aya Mark'ay Qilla, en noviembre, “el mes de los difuntos”: “Aya quiere decir difunto, es la fiesta de
los difuntos, en este mes sacan los difuntos de sus bóvedas que llaman pucullo,
y le dan de comer y beber, y le visten de sus vestidos ricos, y le ponen plumas
en la cabeza, y cantan y danzan con ellos, y le ponen unas andas y andan con
ellas en casa en casa y por las calles y por la plaza, y después tornan a
meterlos en sus pucullos dándole sus comidas y vajilla, al principal de plata y
de oro, y al pobre de barro; y le dan sus carneros y ropa y los entierran con
ellas y gastan en esta fiesta muy mucho” (Libro I, págs. 179-181).
En otro
momento Guaman Poma señala algo interesante cuando hace referencia a la
momificación del cadáver del inca: “y
aplazaron sin menearle el cuerpo y le pusieron los ojos y el rostro como si
estuviera vivo, y le vestían ricas vestiduras, y al difunto le llamaron yllapa (dios
del trueno y del tiempo, nombre que recibían los Incas muertos), que todos los demás difuntos les llamaban
aya”. También describe que los indios del Condesuyu preparaban los cuerpos
de sus difuntos sacándoles las tripas con el cual preparaban bálsamos, lo
vestían con muy ricas vestiduras y luego lo lloraban y bebían mucha chicha; y
era muy común meter plata u oro en la boca del fallecido, señala. (libro I, págs. 206 y 211).
Ilustraciones del libro “Primer Nueva Crónica y Buen Gobierno" de Felipe Guaman Poma de Ayala -1615. |
Esta
afirmación, sumado a la descripción que hace Inca Garcilaso de la Vega, evidencia que en la época del Tawantinsuyu se tenía un conocimiento
muy preciso de las técnicas de embalsamamiento.
Además, autores
modernos como Víctor von Hagen o Miloslav Stingl, hacen referencia al
embalsamamiento que se practicaba en la época inca. Stingl señala que el inca no solo vivía en su palacio
principal cuando estaba vivo; también después de su muerte permanecía allí,
y que los incas fallecidos eran embalsamados y momificados. Las personas que se
dedicaban a esa tarea le quitaban las entrañas y rellenaban su cuerpo con
textiles de mucha duración, afirma. Para
que el cadáver del inca fallecido pareciera lo más vivo posible, se le
reemplazaban sus ojos por otros nuevos y radiantes que eran confeccionados con finas placas de oro. Se le vestía con sus mejores ropas, y la momia
denominada mallqui, era sentada elegantemente en el trono de su residencia (pág. 66).
Y por su
parte, von Hagen, hace referencia a
la muerte del Inca Huayna Cápac,
padre de Huáscar y Atahualpa, y describe el proceso de embalsamamiento del que
fue objeto su cuerpo. Señala que los sacerdotes y médicos trabajaron por muchas
horas en embalsamar y momificar el cuerpo, le sacaron el estómago, el corazón,
y todos los demás órganos y rellenaron el cuerpo con hierbas aromáticas y con
finas telas, luego cosieron la abertura, le doblaron las piernas como si
estuviera sentado y lo envolvieron con telas blancas. Añade que utilizaron
solamente la más fina muselina (telas). Encima le pusieron una gruesa ropa
blanca y finalmente las vestiduras del Inca. Además le pusieron un collar de
oro y esmeraldas. Los escultores trabajaron día y noche para crear una máscara
que sería colocada en el rostro del Inca luego que este fuera momificado,
indica. Sobre su cabeza colocaron la diadema real, que era su corona. Después
su momia fue colocada en una litera de oro, de ese modo sería llevada hasta el
Cusco, finaliza. (pág. 88).
La calidad
del embalsamamiento que lograron desarrollar los incas provocó asombro en los
españoles. Así lo describen los cronistas como el Padre Joseph de Acosta o Garcilaso
de la Vega. Entre los años 1560, Garcilaso
de la Vega, todavía tuvo la oportunidad de ver a las momias de los Incas Huayna Cápac y Pachacútec; él afirma en sus escritos que los cuerpos todavía estaban enteros y que no les faltaba cabello, ceja
ni pestaña. Aun conservaban sus vestiduras, tal como andaban en vida. Estaban sentados, como suelen sentarse los indios y las indias, tenían las manos
cruzadas sobre el pecho, la mano derecha sobre la izquierda. “Recuerdo que
llegue a tocar un dedo de la mano de Huayna Cápac, estaba duro y fuerte,
parecía de palo”, describe el autor. Los cuerpos pesaban tan poco que
fácilmente podían ser llevados en brazos o en los hombros de los indios que los
llevaban de casa en casa de los caballeros que solicitaban verlo. Eran
llevados por las calles y plazas cubiertos de sábanas blancas; los indios se
arrodillaban y hacían reverencia con gemidos y lágrimas; muchos españoles se
quitaban la gorra, señala. (Garcilaso citado por Hemming, págs. 352-353).
Por otro
lado, vale la pena también señalar el proceso de momificación que se efectuaron
en el caso de las más de 200 momias chachapoyas halladas cerca del poblado de
Leymebamba, en Amazonas, al norte de Perú, a finales del año 1996. Estas momias
poseen una antigüedad de 500 años aproximadamente. La investigadora Selene Miranda, en su artículo titulado
“Las momias de la laguna”, señala
que asombra que estas momias no se hayan deteriorado debido a la humedad y la
neblina que impera en esa región de los Andes Amazónicos. Advierte que el
proceso de momificación debió haberse realizado empleando técnicas muy
sofisticadas y poco difundidas, aunque se tiene conocimiento de que estas
momias fueron evisceradas y tratadas con hierbas especiales, eso es lo que
permitió su conservación. Las momias halladas en esta zona poseen un rango de
edad muy amplio; se encontraron desde fetos y bebes, hasta adultos de 60 años,
señala la investigadora. (pág. 61).
Los mallquis, protectores de los ayllus
Los antiguos
pueblos andinos del actual Perú y del altiplano boliviano estaban organizados
en ayllus, esto quiere decir, en comunidades socioeconómicas emparentadas entre
sí y con un fuerte vínculo material y espiritual con la tierra o Pacha Mama, quienes acostumbraban
practicar un particular culto a la muerte que incluía el cuidado y la
conservación de las momias de sus difuntos. Es por eso que el culto a los muertos se debe interpretar desde un punto de vista religioso,
social y económico. Ellos sostenían la creencia de que las momias eran
huacas, por lo mismo eran veneradas y consultadas. Los estudiosos Conrad y Demarest, sobre este
particular, señalan que villca (willka), sinónimo de huaca, era otra forma de
designar al ayllu. Los antepasados legitimaban la posesión de las tierras,
definían al ayllu y protegían a sus miembros. La prosperidad dependía del
correcto cuidado de sus momias y sus huacas. (pág. 134). Si algún grupo contrario lograba robar la momia, eso significaba que el
ayllu quedaba desprotegido, perdía su poder, la propia existencia e
independencia del ayllu y estaba en peligro frente a sus enemigos. Las momias
de los antepasados eran conocidos como mallquis,
y estas eran huacas protectoras de los
ayllus. Para los Incas los
mallquis eran las momias de sus gobernantes. Durante el siglo XVI los españoles
efectuaron el proceso denominado “extirpación
de idolatrías”, quienes buscaron estos mallquis para destruirlos porque a
estas huacas los consideraban como parte de la “idolatría” que los antiguos pueblos andinos practicaban. Tras la
muerte del último inca de la resistencia de Vilcabamba, Túpac Amaru, en 1572, el virrey Francisco de Toledo consideró necesario la humillación de los incas
destruyendo sus más sagradas reliquias. Los cuerpos momificados de Titu Cusi y Manco
Inca, fueron incinerados de manera secreta. (Hemming, pág. 545).
De esta
forma, el culto a los mallquis era una
práctica religiosa muy importante en las antiguas sociedades andinas que estaba
conectada estrechamente con lo social, con el sentido de identidad y
pertenencia, y con lo económico, relacionada a la supervivencia material del
ayllu, al trabajo comunal y su relación con la tierra. En el caso de los
incas se hace mucho más evidente esta relación con la introducción de la
herencia partida, una antigua costumbre que probablemente los incas heredaron
de los chimúes, quienes se asentaron en la costa norte del actual Perú. Conrad
y Demarest, señalan que esta herencia partida consistía en que el principal
heredero al trono recibía el puesto gubernamental del Inca difunto, incluidos
sus derechos y deberes, pero las demás posesiones personales del monarca
fallecido eran asignados a los demás descendientes, a este grupo de herederos
secundarios se le denominaba panaca, quienes debían servir de corte al difunto,
cuidar su momia y mantener su culto a perpetuidad. (págs. 116-117 y 146).
Señalan que cada nuevo Inca que asumía el trono en el
Cusco debía edificarse un palacio propio, porque el de su antecesor se
convertía en el hogar de la momia del gobernante fallecido, al cual se le
ofrecía manjares como si se trataba de una persona viva. Además, la momia era
propietaria de extensas tierras, los mismos que eran trabajados por campesinos
que estaban a su servicio, tanto como los pastores que estaban al cuidado de
sus rebaños de llamas. A veces la momia salía de su residencia y era colocado
en un pequeño trono en el Templo del Sol del Cusco. (Stingl, págs. 66-67).
Es necesario
señalar también que los habitantes del antiguo Tawantinsuyu denominaban a sus gobernantes, los incas muertos, como
Illapa, el dios del trueno y del tiempo. Conrad y Demarest hacen referencia al
respecto y señalan que el culto a este dios estaba relacionado con los
fenómenos meteorológicos que permitían y regulaban la producción agrícola,
tales como el granizo, la lluvia y las heladas, por esa razón se identificaba a los Incas fallecidos
tanto con la deidad tutelar del Tawantinsuyu (Inti) como con las fuerzas de la
naturaleza. De ese modo, las mallquis de los incas eran las huacas del cual
dependía la prosperidad del estado inca, concluyen los mencionados autores
(pág. 149).
Hay que
añadir también los descubrimientos arqueológicos realizadas en las últimas
décadas que han evidenciado las prácticas mortuorias de los antiguos peruanos,
los cuales se han sumado a otros descubrimientos realizados a principios del
siglo XX, estos han ayudado a enriquecer el conocimiento de las culturas
andinas. Dentro de estos hallazgos podemos mencionar a: Ancón, Paracas, Ampato,
Sipán, la Laguna de las Momias Chachapoyas en Leymebamba, entre otros. Pero en el caso particular, los
envoltorios mortuorios hallados en el emplazamiento marginal denominado Túpac Amaru (el antiguo
Puruchuco-Huaquerones del Horizonte tardío, 1438-1532), en cuyo lugar se han hallado alrededor de 2,200 restos de
individuos de todas las edades y rangos que estaban dentro de más de 900 envoltorios
funerarios que habían sido enterrados en un área de 8 hectáreas, cuyo descubrimiento
provocó un gran revuelo entre los estudiosos de la cultura andina.
Dentro de
estos fardos, que estaban compuesto de telas, se hallaron envueltos las momias
en buen estado de conservación junto a sus respectivos objetos personales y
ofrendas; sus cabellos, sus uñas y sus ojos estaban casi intactos. Junto a estos
restos se hallaron también miles de objetos de cerámica, penachos de
pluma y bolsas tejidas (Milenio, jueves 2 de mayo de 2002).
El arqueólogo
Guillermo Cock, fue el encargado de
las excavaciones; quien considera que este
hallazgo es el más importante de la arqueología inca. Además considera que
frente a tanta evidencia se necesitarán varios años para analizar y clasificar
los mismos, lo que podría implicar reescribir la historia de la cultura inca,
manifestó en declaraciones al periódico Milenio.
Lamentablemente,
las máquinas excavadoras que invaden el sitio se han convertido en las enemigas
de las momias que aún permanecen en ese lugar.
Cock
advierte que se debe cambiar la política
del estado y se debe crear conciencia para preservar las riquezas del pasado y
del presente, de ese modo se podrá construir el futuro del patrimonio
cultural y el medio ambiente. Esta conciencia haría atractiva la investigación,
desarrollo y cuidado de nuestra arqueología generando importantes fuentes de trabajo
e ingresos de desarrollo, sostiene.
El dato
Al llegar
los españoles al Tawantinsuyu en el
siglo XVI, se aterrorizaron al ver estas prácticas ancestrales; veían con
asombro como los nativos sacaban de paseo en andas por las calles y plazas el
cuerpo de sus familiares muertos vestidos con sus mejores atuendos, al cual le
brindaban la mejor comida y abundante chicha; les adornaban la cabeza con
plumas y les dedicaban danzas y cánticos, para luego devolverlos a sus bóvedas,
lugar donde permanecían durante el resto del año. Esta costumbre era celebrado cada mes de noviembre, al observar esto los españoles, en su intención por opacar las festividades nativas, cambiaron
la fecha de estos festejos para el inicio del mes de noviembre, para hacer
coincidir con sus celebraciones católicas de “todos los santos”.
Al llegar
los primeros frailes españoles prohibieron todas estas costumbres ancestrales
indígenas por considerarlas paganas y con la intención de imponer su religión y
abolir la identidad de los pueblos nativos originarios. Pero lo único que
lograron es que estas antiguas costumbres se mezclaran con las festividades católicas.
Fue así como nació lo que hoy llamamos el "Día de los Muertos".
Bibliografía:
-Pedro Cieza
de León, La crónica del Perú, España, Editorial Dastin, 2000
-Guillermo Cock, “Rescate inca”, EEUU, en National
Geographic, mayo de 2002, págs. 64-77
-Pierre
Clastres, Investigaciones en antropología política, México, Editorial Gedisa,
1987
-Guillermo Cock,
(entrevista) Periódico Milenio, jueves 2 de mayo de 2002
-Geoffrey W.
Conrad y Arthur A. Demarest, Religión e imperio, México, CNCA, 1990
-Guillermo
Cock, (entrevista realizada a G.C. por Elvia Chaparro) “Un sitio arqueológico
inexplorado”, Terra, Internet, noviembre de 2002
-Jhon
Hemming, La conquista de los Incas, México, FCE, 2000
-Martha
Eugenia Delfín Guillaumin, “Rebeliones indígenas en Mendoza, Argentina,
1750-1880”, tesis inédita de licenciatura, México, ENAH-INAH, 1991
-José Fellmann
Velarde, Los imperios andinos, Bolivia, Librería Editorial Juventud, 1977
-El Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios reales, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, 1991
-Víctor W.
Von Hagen, Víctor W. Los incas, México, Editorial Joaquín Mortiz, 1990.
-Felipe
Guaman Poma de Ayala, Nueva coronica y buen gobierno; Venezuela, Biblioteca
Ayacucho, 1980
-Selene Miranda,
“Las momias de la laguna”, EEUU, en National Geographic, noviembre de 1999,
págs. 56-61
Artículo referencial: “Momias Incas”, Dra. Martha Delfín Guillaumin
Foto de portada: Museo Inkarri
0 Comentarios